El Papa Francisco y la teología de la liberación
2013-04-28
Muchos se han preguntado si el actual Papa Francisco, como proviene de
América Latina, es un seguidor de la teología de la liberación. Esta
pregunta es irrelevante. Lo importante no es ser de la teología de la
liberación sino de la liberación de los oprimidos, de los pobres y de
los que sufren injusticia. Y eso lo es con claridad indudable.
Este ha sido siempre, en realidad, el propósito de la teología de la
liberación. Primero viene la liberación concreta del hambre, de la
miseria y la degradación moral y de la ruptura con Dios. Esta realidad
pertenece a los bienes del Reino de Dios y estaba en los propósitos de
Jesús. Después, viene en segundo lugar la reflexión sobre el hecho real:
en qué medida se realiza ahí anticipadamente el Reino de Dios y en qué
medida el cristianismo, con el capital espiritual heredado de Jesús,
puede colaborar, junto con otros grupos humanitarios, en esta liberación
necesaria.
Esta reflexión posterior, llamada teología, puede existir o no existir.
Lo decisivo es que ocurra de verdad la liberación. Siempre habrá
espíritus atentos al grito de los oprimidos y de la Tierra devastada que
se preguntarán: con lo que hemos aprendido de Jesús, de los Apóstoles y
de la doctrina cristiana de tantos siglos, ¿cómo podemos aportar
nuestra contribución al proceso de liberación? Fue lo que realizó toda
una generación de teólogos y teólogas, de laicas y laicos comprometidos,
de religiosos y religiosas, de obispos y sacerdotes de los años 60 del
siglo pasado, y que continúa hasta nuestros días, porque los pobres no
cesan de aumentar y su grito es ya un clamor.
Pues bien, el Papa Francisco hizo esta opción por los pobres, vivió y
vive pobremente en solidaridad con ellos y dijo claramente en una de sus
primeras intervenciones: “Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los
pobres”. En este sentido, el Papa Francisco está llevando a cabo la
intuición primordial de la Teología de la Liberación y secundando su
marca registrada: la opción preferencial por los pobres, contra la
pobreza y a favor de la vida y la justicia.
Esta opción no es para él solamente un discurso, sino una opción de vida
y de espiritualidad. A causa de los pobres ha caído en desgracia ante
la presidenta Cristina Kirchner, pues pidió a su gobierno un mayor
compromiso político para superar los problemas sociales -analíticamente
se llaman desigualdades-, que éticamente representan injusticias y
teológicamente son un pecado social que afecta directamente al Dios
vivo, que bíblicamente ha mostrado estar siempre del lado de los que
tienen menos vida y son los pobres y los que sufren injusticia.
En 1990 Argentina tenía un 4% de personas pobres. Hoy en día, debido a
la voracidad del capital nacional e internacional, ascienden a un 30%.
Estos no son sólo números. Para una persona sensible y espiritual como
el Papa Francisco representa un viacrucis de sufrimiento, lágrimas de
niños hambrientos y desesperación de padres sin trabajo. Esto me
recuerda una frase que Dostoievski escribió una vez: «Todo el progreso
del mundo no vale el llanto de un niño hambriento».
Esta pobreza, ha insistido con firmeza Papa Francisco, no se supera
mediante el asistencialismo, sino a través de políticas públicas de los
gobiernos que devuelvan dignidad a los oprimidos y los hagan ciudadanos
autónomos y participativos.
No es importante que el Papa Francisco no use el término «teología de la
liberación». Lo importante es que hable y actúe de manera liberadora.
Es hasta bueno que el Papa no se afilie a un cierto tipo de teología,
como la de la liberación o cualquier otra. Lo mismo hicieron sus dos
predecesores con las teologías que estaban en sus cabezas y se
presentaban como expresiones del magisterio papal.
Saben los teólogos e historiadores que la categoría “magisterio”
atribuida a los Papas es una creación reciente. Comenzó a ser empleada
por los Papas Gregorio XVI (1765-1846) y Pío X (1835-1914) y se volvió
común con Pío XII (1876-1958). Antes el “magisterio” estaba formado por
doctores en teología y no por los obispos y el Papa. Estos son maestros
de la fe. Los teólogos son maestros de la comprensión de la fe. Por lo
tanto, a los obispos y los papas no les toca hacer teología sino
testimoniar oficialmente y cuidar la fe cristiana con celo. A los
teólogos y teólogas cabe profundizar este testimonio con las
herramientas intelectuales que ofrece la cultura presente. Cuando un
Papa empieza a hacer teología, como ha sucedido recientemente, se crea
una gran confusión en la Iglesia, se pierde la libertad de investigación
y se corta el diálogo con otros saberes del mundo.
Gracias a Dios que el Papa Francisco se presenta explícitamente como
pastor y no como doctor y teólogo, aunque fuera de la liberación. Así es
más libre para hablar a partir del evangelio, de su inteligencia
emocional y espiritual, con el corazón abierto y sensible, en sintonía
con el mundo de hoy globalizado. Papa Francisco, ponga la teología en
tono menor para que en tono mayor resuene la liberación: consuelo para
los oprimidos y llamamiento a la conciencia de los poderosos. Por tanto,
menos teología y más libertad.
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